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Cuando paseábamos, vimos a un niño en bicicleta. No se pueden imaginar el efecto que causó en nosotros ver como un niño tenía una bicicleta y pedaliaba a toda velocidad por los caminos junto a otros niños, eso si, éstos detrás de él y sin bicicleta, corriendo efusivamente para poder llegar a alcanzarlo. Cuando el niño de la bicicleta se acercó a nosotros para saludarnos, pedirnos caramelos y besarnos a todos, frenó contundentemente. ¿Por qué nos sorprendimos al verle frenar? Porque al ver la bicicleta pudimos ver que no tenía frenos. El niño frenaba metiendo el pie entre la rueda de atrás y los hierros que sujetan dicha rueda (radios). sin rasguño alguno, siguió jugando junto a los demás niños.
Seguimos andando, ruborizados de tanto saludo que nos hacían los saharauis que salían a vernos, hasta llegar a otras jaimas vecinas donde se encontraban compañeros nuestros. Al pasar a la jaima, teníamos que descalzarnos como marca la costumbre saharaui, la familia rápidamente fue a saludarnos y comenzó a sacar botellas de agua mineral para que no nos deshidratásemos por el calor que estaba haciendo.
A la vuelta a nuestra jaima, volvimos a ver cosas impactantes, como por ejemplo un niño con menos de 1 año que andaba, saltaba, subía escalones y paseaba solo por la oscuridad de la noche sin ninguna preocupación de peligro. Nuestro camino fue iluminado por las linternas de dinamo que teníamos cada uno.
De vuelta a la jaima y a la hora de las comidas ayudábamos a fregar llevando nuestro jabón y estropajo porque la higiene en los cubiertos era extremadamente peligrosa para nosotros, los cubiertos y platos contenían comida seca de otros usos, al mirar a tus compañeros a través de un vaso se hacía invisible ante la suciedad de éstos. Vivimos dos días en estas circunstancias hasta que nos dejaron fregar "para ayudar".
La comida la hacían lo más parecido a la española posible, incluso tomamos pizza. Comimos platos típicos de su cultura, como el cuscús, camello (con un sabor muy similar a los pinchos morunos) y cabra, ésta tenía que ser matada el día anterior a su degustación y delante de los que iban a comerla.
Seguimos andando, ruborizados de tanto saludo que nos hacían los saharauis que salían a vernos, hasta llegar a otras jaimas vecinas donde se encontraban compañeros nuestros. Al pasar a la jaima, teníamos que descalzarnos como marca la costumbre saharaui, la familia rápidamente fue a saludarnos y comenzó a sacar botellas de agua mineral para que no nos deshidratásemos por el calor que estaba haciendo.
A la vuelta a nuestra jaima, volvimos a ver cosas impactantes, como por ejemplo un niño con menos de 1 año que andaba, saltaba, subía escalones y paseaba solo por la oscuridad de la noche sin ninguna preocupación de peligro. Nuestro camino fue iluminado por las linternas de dinamo que teníamos cada uno.
De vuelta a la jaima y a la hora de las comidas ayudábamos a fregar llevando nuestro jabón y estropajo porque la higiene en los cubiertos era extremadamente peligrosa para nosotros, los cubiertos y platos contenían comida seca de otros usos, al mirar a tus compañeros a través de un vaso se hacía invisible ante la suciedad de éstos. Vivimos dos días en estas circunstancias hasta que nos dejaron fregar "para ayudar".
La comida la hacían lo más parecido a la española posible, incluso tomamos pizza. Comimos platos típicos de su cultura, como el cuscús, camello (con un sabor muy similar a los pinchos morunos) y cabra, ésta tenía que ser matada el día anterior a su degustación y delante de los que iban a comerla.
Continuará...
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